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China: Terror en las mesas europeas

Lo que España2000 lleva denunciando desde hace años, en lo relacionado con la calidad de los productos chinos y su desleal competencia con el productor español, está cada día más presente en la opinión pública, reforzando de ese modo nuestra posición en la que solicitamos a las administraciones, tanto locales como estatales, incentivar el consumo del producto nacional. A continuación, les dejamos un artículo del XL Semanal, de un títular elocuente y certero, en el que se expone la alerta alimentaria que está provocando este tipo de productos en los países europeos.

Carlos Manuel Sánchez | 04/11/12.

En lo que va de año se han registrado más de 260 notificaciones relacionadas con productos chinos. Las asociaciones de consumidores europeas aseguran que esto no ha hecho más que empezar. Lo extremadamente barato… puede salirnos muy muy caro.

Fideos con filamentos de alambre, residuos de pintura en caviar, una golosina que causó quemaduras en una niña valenciana e incluso… Contaminación radiactiva ionizante ¡en un cargamento de tofu!

Y por si fuera poco: 11.000 niños intoxicados en Alemania. Este nuevo incidente ha colmado la paciencia de los europeos. La alerta alimentaria afectó a 65 millones de niños alemanes, en cuyos comedores se ofrecieron 44 toneladas de fresas congeladas procedentes de China y contaminadas por un virus. El suceso no pasó de vómitos y diarreas. Pero los consumidores piden a las autoridades europeas más control para los productos que exporta el gigante asiático.

China es multirreincidente. Es el principal quebradero de cabeza de las autoridades sanitarias de la UE y lidera también las dos listas negras que maneja la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición. Es el país cuyos productos originan más alertas sanitarias en España (222 en 2011) y también el que mayor número de expedientes de rechazo cosecha en nuestras aduanas (301). El episodio de las fresas tóxicas ocurrió en Alemania, pero algo similar podía haber pasado en España si la Policía de Badalona no decomisa en junio tres toneladas de productos congelados, como pescado, guisantes y setas, en un camión no refrigerado procedente de Madrid que iba a distribuirlos por tiendas y restaurantes chinos en Cataluña. Que se está jugando con fuego es evidente. En la UE funciona un sistema de alerta temprana para alimentos y piensos animales. Las alarmas son diarias, aunque no suelen trascender a no ser que ocurra algo grave. En lo que va de año se han registrado más de 260 notificaciones relacionadas con productos chinos. Entre ellas: patatas infestadas de insectos (España), esquirlas de vidrio en semillas de calabaza (Dinamarca) y contaminación radiactiva en especias (Estonia).

Las agencias de consumidores advierten de que el asunto irá a peor si los gobiernos europeos no se ponen serios de una vez con las autoridades chinas. Y es que la República Popular se ha convertido en uno de los mayores exportadores de alimentos del mundo. Si antes lo que llegaba a nuestras tiendas eran, sobre todo, especialidades chinas, ahora cada vez hay más productos básicos y alimentos procesados. Entre 2005 y 2010, el valor de los alimentos chinos comercializados en todo el mundo se ha duplicado. China es el campeón del mundo de la exportación.

China vende, y España compra. Solo hay que echarle un vistazo a nuestra balanza con el país asiático para percatarse del brutal desequilibrio de esta relación comercial: exportamos por valor de 3300 millones de euros, importamos por 18.600. Un saldo negativo de más de 15.000 millones. Además, los fondos de inversión chinos están en posesión del 10 por ciento de los bonos del Tesoro. Con intereses superiores al 5 por ciento, nuestra deuda soberana es una soberana deuda. ¿Quién le pone el cascabel al gato si el gato es enorme y el zarpazo puede dejar al Estado sin cash para pagar las pensiones o a los funcionarios? ¿Estamos en condiciones de ponernos tiquismiquis?

Parece que no. Solo hay que hablar con los productores andaluces de fresa, los de cítricos de Valencia y Murcia o los de ajo de Castilla-La Mancha para entender cómo China ha conseguido abrirse a codazos una cuota de mercado de manera, si no desleal, por lo menos turbia. La respuesta se llama precio. China ha venido colocando sus productos en Europa a un precio inferior al que aplica en su propio mercado; consigue así echar del supermercado alemán las mandarinas valencianas o de los comedores escolares las fresas de Huelva (con las consecuencias para la salud mencionadas), a pesar de que tienen que viajar diez mil kilómetros en barco. ¿Qué han hecho hasta la fecha las autoridades de Bruselas (y las españolas) para impedir este dumping, es decir, la venta a precio inferior al coste, esa vieja táctica para arruinar a tus competidores y, una vez conseguida una posición dominante, imponer tú las condiciones? Respuesta: mirar para otro lado.El que se pica ajos come. ¿A quién le importa un pequeño agricultor de Las Pedroñeras? A los vecinos de Las Pedroñeras… Y a nadie más. El 80 por ciento de los ajos vendidos en el mundo proceden ya de China: ajo pelado, laminado, granulado y en polvo. Todos esos procesos requieren una mano de obra que en el país asiático es baratísima. La misma mano de obra servicial que limpia, trocea, envasa y congela una bandeja de fresas. ¿Qué pasará con el agricultor manchego u onubense de aquí a unos años? Que ya no será agricultor. Para más inri, el Gobierno español, desde tiempos de Rodríguez Zapatero, invita a los productores chinos a Huelva a que aprendan el modelo de negocio y el exitoso know-how de los freseros. Somos así de generosos.

La vertiente económica del problema se complica, además, con la sanitaria. Desde 2008, los escándalos mundiales con origen en China se han sucedido con reiteración. El más sonado fue el de la leche infantil contaminada con melamina que intoxicó a 300.000 bebés y mató a cuatro. Y que provocó una oleada de detenciones y que el Gobierno chino aprobase una nueva ley de seguridad alimentaria. Parece papel mojado, porque desde entonces se han descubierto huevos falsos realizados con productos químicos (cuestan un céntimo la docena), guisantes teñidos de verde que al cocerlos pierden su color, orejas de cerdo falsas, aceite usado en restaurantes y recogido de las alcantarillas para ser filtrado y luego embotellado como si tal cosa… La Agencia Federal de Alimentación de EE.UU. es especialmente escrupulosa con todo lo que llega de China desde que descubrió pescado de piscifactoría alimentado con heces de cerdo y, en especial, tras la muerte de casi mil perros y mascotas por un pienso en mal estado. El primer ministro chino llegó a decir que los granjeros y productores «necesitan lecciones de humanidad».

Las principales cadenas de supermercados Walmart, Carrefour, Tesco y Metro, y fabricantes como Coca-Cola, Unilever, Barilla o Nestlé admiten que no pueden confiar ni en los proveedores ni en los controles estatales chinos. Y saben que no pueden permitirse importar productos contaminados. El daño a su imagen sería terrible. Por eso, los grandes del sector se han unido para desarrollar sus propios controles de seguridad.

Cuenta el semanario alemán Der Spiegel que los más sospechosos son los productos animales. La carne da más dinero que la verdura, así que la tentación es mayor. El profesor Zhou Li, experto en seguridad alimentaria, ha observado que hasta hace unos años los propios granjeros también comían los productos que vendían. Ahora, desde que conocen los efectos negativos de pesticidas, hormonas y antibióticos, destinan parte de su producción a la venta, mientras que la otra, cultivada de acuerdo con los métodos tradicionales, la dedican al consumo de la familia. Muchos ricos tienen una granja propia para no depender de los productos que se venden en los supermercados. Hay incluso parcelas especiales donde se producen alimentos destinados a funcionarios de alto rango.

El activista Wu Heng se ha convertido en una estrella. Wu leyó un artículo sobre un extraño polvo con el que los comerciantes alteraban la carne de cerdo para luego venderla como si fuera de ternera. Poco después creó una página web en la que ofrecía un mapa donde localizaba todos los escándalos alimentarios en China recogidos por los medios. Uno de los más curiosos, el del cerdo fluorescente, lo relata en su blog María Isabel Torres, española residente en Chengdu. «Mucha gente se dio cuenta en sus casas de que los cortes de cerdo que acababan de comprar brillaban azules en la oscuridad [a causa de una plaga de bacterias por la falta de higiene en su manipulación y transporte]… Los internautas chinos, que son muy ‘cachondos’, nombraron al fenómeno ‘el cerdo Avatar’».

La solución está en las etiquetas

Entre alarmas y escándalos, China tiene un problema de imagen en el exterior. ¿Cómo consigue que no afecte a sus exportaciones? Sencillo. El sector de la alimentación suele ocultar al público la procedencia de sus mercancías. Los consumidores europeos lo tienen muy complicado para saber de qué país proceden los alimentos elaborados. Así lo quiere la industria. Es verdad que al comprar naranjas en un supermercado se puede mirar en la etiqueta de dónde vienen. Pero si se compra un bote de zumo, no hay forma de saber dónde se cultivaron. A diferencia de lo que ocurre con los productos frescos, los fabricantes de los productos procesados no tienen en la UE la obligación de indicar el país de producción. Productos procesados se considera a aquellos cocidos, triturados y congelados. Der Spiegel revela que el lobby de la gran distribución se opone a ofrecer información detallada en las etiquetas alegando que «lo único que conseguiría sería confundir y desorientar al consumidor». Pero es evidente que los representantes de la industria saben que leer «fabricado con productos de China» no resulta muy estimulante. Solo en la mitad de las alarmas notificadas por la UE en 2011 se pudo rastrear el origen de la mercancía. Las gestiones de las asociaciones de consumidores para ampliar la información en el etiquetado se han visto frustradas por el desinterés de Bruselas.

Fuente: XL Semanal